Dicen las leyendas que el héroe griego Hércules,
cuando llegó a Toledo, construyó un palacio descrito por
unos y por otros como un edificio maravilloso que daba gloria a la ciudad
y en el que se supone que guardó un gran tesoro. Más tarde
cerró sus puertas dejando a diez guardianes, a los que entregó
la llave del candado. Dando orden expresa a estos que cuando muriera alguno
fuera remplazado por otro.
Así pasó el tiempo y se cogió la costumbre que los
reyes posteriores pusieran cada uno un nuevo candado en la puerta de este
palacio, como reconocimiento de la disposición de su creador, cuyo
objetivo era que nadie entrara en él para evitar posibles males.
Llegaban los candados a número de veinticuatro en el tiempo que
empezó a reinar el último monarca visigodo, don Rodrigo,
al que los jueces y clérigos de la ciudad le insistieron a que
pusiera su candado como tradicionalmente habían hecho sus antepasados.
Este rey no sólo se negó a ello sino que quiso entrar en
el recinto, intrigado enormemente por lo que había dentro del recinto
pudiera encontrar. Por todo el mundo fue advertido que no lo hiciera,
y que si lo que buscaba eran tesoros ellos se lo conseguirían para
él, pero don Rodrigo hizo caso omiso de las súplicas, pidiendo
las llaves de los candados que ya estaban colocados. Al notar la tardanza
pensó que era desobedecido y uno por uno fue arrancando los candados
de las puertas hasta que penetró en las puertas del palacio.
Lo que por fuera parecía tener forma cilíndrica en su interior
era cuadrado, formado por cuatro estancias. Una de ellas era blanca como
la nieve; otra negra como la pez; otra verde como la esmeralda y la cuarta
roja como la sangre. Al llegar a la tercera sala se encontró un
arca finamente labrada, con un candado que al final también violentó,
con gran deseo de descubrir el gran secreto que contenía. Cara
de asombro tanto en el monarca como en los que le acompañaban al
descubrir que en su interior una tela blanca que tenía pintados
hombres con arcos, flechas, lanzas y pendones, montados sobre caballos
y todos ellos vestidos a la usanza árabe. Tenía también
una inscripción o leyenda que rezaba así: <<Cuando
este paño fuere extendido y aparecieran esas figuras, hombres que
andarán así vestidos conquistarán España y
se harán de ella señores>>.
Al rey le preocupo bastante lo allí visto, y arrepentido dejó
todo como estaba antes de entrar, ordenando a los que allí se encontraban
que no comentaran nada de lo sucedido.
Cuenta la leyenda que al poco un águila gigante bajó con
un tizón encendido en el pico y lo depositó en el palacio
y que aleteando fuertemente sobre él produjo tal incendio que al
poco dicho palacio se hallaba reducido a cenizas y que éstas fueron
tomadas por otras aves, que con sus alas las esparcieron por toda la península.
En el año 711 Toledo era conquistado por los musulmanes tal como
predijo la tela blanca.
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